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La poesía de María José Ferrada

I
Los panteoneros cavaron fosas
Para las iluminadas
Y yo no logré encontrarte
Ahí en lo oscuro.

II
Dejé mi pelo
A la diestra
Para no perderme,
Mirar de vez en cuando,
Y ser media persona, media estatua
La de la sal,
La que camina,
La desvelada.

III
Y quise mezclar
El yeso y la saliva,
Ser el temblor de Dios.
IV
Y tembló la catedral
desde mi adentro
y me miró la del Pópulo
para que me volviera de nácar,
ojo de la tormenta,
iluminada.

Ese púrpura en el lodo

I
Era la fruta mordida
ese púrpura
en el lodo.

II
Concedido
que de tanto hablarme sola
se volvieron hijas mías las paredes
y puesto que marqué
lo lejos
al final de ti,
tuve un segundo parto.
De mi nació el erótico
paisaje de los mares.

III
Aprendí la práctica del acecho en un libro.
Ahora no respiro
soy abertura, nada, cabellera.
Acecho.
El miedo profundo del perseguido
succiona el resto del paisaje.

IV
Y ahora me ajusticia
tu cofradía
por no haber sido socorro,
no sudario.
Como si no fuera luz
como si no fuera sangre
lo que corría
por estas venas.

V
Andaré de nuevo los templos
y de mi saliva brotarán dioses
porque yo exploto brillando
y muerta
para ser de nuevo serpiente, quetzal,
el barro.