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Lo que era
Mark Strand

Era imposible imaginar, imposible
no imaginar, lo azul de aquello, la sombra que arrojaba,
su caer, su llenar lo oscuro con el frío de sí mismo,
lo helado de aquello desprendiéndose de sí mismo, de cualquier idea
de sí mismo descrita en su caída; un algo de minucia
un punto, una mancha, una mancha dentro de una mancha, una hondura sin fin
de lo minúsculo; una canción, pero menos que una canción, algo ahogándose
algo que va, algo que va, una marea alta de sonido, pero menos iba
que un sonido, su duración, su vacío,
el tierno y pequeño vacío de aquello de llenar su propio eco, su caer
y su alzar inadvertido, su caer otra vez y de tal forma siempre
y siempre por causa, y sólo por causa, una vez ocurrido, era...

Era el asomo de una silla. Era el sofá gris, eran los muros,
el jardín, el camino de grava, la manera
en que la luz de luna caía sobre el pelo.
Era eso y más. Era el viento que se ajaba
entre los árboles, era un escándalo y confusión de nubes, una marea
salpicada de estrellas. Era la hora que parecía decir
que si sabías en realidad que tiempo era, no volverías
A pedir otra vez ninguna cosa. Era aquello. Era ciertamente aquello.
También era lo que nunca ocurrió; un momento tan lleno
que cuando se fue, como debía ser, ninguna pena fue tan grande
para contenerlo. Era el cuarto que permanecía inalterado
tras tantos años. Era aquello. Era el sombrero
Que ella olvidó llevar, el lápiz que dejó en la mesa.
Era el sol en mi mano. Era el calor del sol. Era la manera
En que me senté, la manera en que esperé por horas, por días, era eso, solo eso.