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Arquetipos e inconsciente
colectivo
C.G. Jung
La hipótesis de un inconsciente
colectivo es uno de los conceptos que chocan al público pero
pronto se convierten en ideas de uso corriente; como ejemplo de
ello recordemos el concepto de inconsciente en general.
Una vez que la idea filosófica de lo inconsciente, tal como
se encuentra principalmente en C. G Carus y E. von Hartmann, desapareció
bajo la ola desbordante del materialismo sin dejar rastros considerables,
poco a poco, y adoptando ahora otra forma, volvió a surgir
dentro de la psicología médica de orientación
científico natural. En primer término fue una designación
para el estado de los contenidos mentales olvidados o reprimidos.
En Freud, lo inconsciente, aunque parece- al menos metafóricamente-como
sujeto actuante, no es sino el lugar de reunión de esos contenidos
olvidados y reprimidos, y sólo a causa de éstos tiene
una significación práctica. De acuerdo con este enfoque,
es por lo tanto de naturaleza exclusivamente personal, aunque ya
el mismo Freud había visto ya el carácter arcaico-mitológico
de lo inconsciente.
Un estrato en cierta medida superficial de lo inconsciente, es sin
duda, personal. Lo llamamos inconsciente personal. pero ese estrato
descansa sobre otro más profundo que no se origina en la
experiencia y la adquisición personal, sino que es innato:
lo llamamos "inconsciente colectivo". He elegido la expresión
"colectivo" porque este inconsciente no es de naturaleza
individual sino universal, es decir, que en contraste con la psiquis
individual tiene contenidos y modos de comportamiento que son cum
grano salis, los mismos en todas partes y en todos los individuos.
En otras palabras, es idéntico a sí mismo en todos
los hombres y constituye así un fundamento anímico
de naturaleza suprapersonal existente en cada hombre.
La existencia psíquica se reconoce sólo por la presencia
de contenidos concienciables. Por lo tanto, sólo cabe hablar
de un inconsciente cuando es posible verificar la existencia de
contenidos del mismo. Los contenidos de lo inconsciente personal
son en lo fundamental los llamados complejos de carga afectiva,
que forman parte de la intimidad de la vida anímica. En cambio,
los contenidos de lo inconsciente colectivo los denominamos arquetipos.
La expresión "arquetipo" se encuentra ya en Filón
de Alejandría en quien aparece referida a la Imago Dei en
el hombre, igualmente en Irineo, en el Corpus Hermeticus.Esa denominación
es útil y precisa pues indica que los contenidos inconscientes
colectivos son tipos arcaicos -o mejor aún- primitivos. Sin
dificultad también puede aplicarse a los contenidos inconscientes
la expresión "représentations collectives",
que Levy- Bruhl usa para designar las figuras simbólicas
de la cosmovisión primitiva, pues en principio se refiere
casi a lo mismo. En las doctrinas tribales primitivas aparecen los
arquetipos en una peculiar modificación. En verdad, aquí
ya no son contenidos de lo inconsciente sino que se han transformado
en fórmulas conscientes, que son trasmitidas por la tradición,
en general bajo la forma de la doctrina secreta, la cual es una
expresión típica de la transmisión de contenidos
colectivos originariamente procedentes de lo inconsciente.
Otra expresión muy conocida de los arquetipos es el mito
y la leyenda. pero también en este caso trátase de
formas específicamente configuradas que se han transmitido
a través de largos lapsos. Por lo tanto, el concepto "arquetipo"
sólo indirectamente puede aplicarse a las representaciones
colectivas, ya que en verdad designa contenidos psíquicos
no sometidos aún a elaboración consciente alguna,
y representa entonces un dato psíquico todavía inmediato.
Como tal, el arquetipo difiere no poco de la formulación
históricamente constituida o elaborada.
Especialmente en estadios más elevados de las doctrinas secretas,
los arquetipos aparecen en una forma que por lo general muestra
de manera inconfundible el influjo de la elaboración consciente,
que juzga y que valora. su manifestación inmediata, en cambio,
tal como se produce en los sueños y visiones, es mucho más
individual, incomprensible o ingenua que, por ejemplo, en el mito.
El arquetipo representa esencialmente un contenido inconsciente,
que al consciencializarse y ser percibido cambia de acuerdo con
cada conciencia individual en que surge.
Hemos aclarado qué se entiende por "arquetipo",
en relación con e mito, la doctrina secreta y la leyenda.
Pero el tema se complica si intentamos examinar a fondo qué
es psicológicamente un arquetipo. La investigación
sobre los mitos se ha conformado hasta ahora con representaciones
solares, lunares, meteorológicas, vegetales y con otras nociones
auxiliares.
Nadie ha entrado a considerar la idea de que los mitos son ante
todo manifestaciones psíquicas que reflejan la naturaleza
del alma. Poco le importa al primitivo una explicación objetiva
de las cosas que percibe; tiene, en cambio, una imperiosa necesidad,
o mejor dicho su psique inconsciente tiene un impulso invencible
que lo lleva a asimilar al acontecer psíquico todas las experiencias
sensoriales externas. No le basta al primitivo con ver la salida
y puesta del sol, sino que esta observación exterior debe
ser al mismo tiempo un acontecer psíquico, esto es, que el
curso del sol debe representar el destino de un dios o de un héroe,
el cual no vive sino en el alma del hombre. Todos los procesos naturales
convertidos en mitos, como el verano y el invierno, las fases lunares,
la época de las lluvias, etc., no son sino alegorías
de esas experiencias objetivas, o más bien expresiones simbólicas
del íntimo inconsciente drama del alma, cuya aprehensión
se hace posible al proyectarlo, es decir, cuando aparece reflejado
en procesos naturales. La proyección es hasta tal punto profunda
que fueron necesarios varios siglos de cultura para separarla en
cierta medida del objeto exterior.
Lo inconsciente es visto comúnmente como una especie de intimidad
personal encapsulada, que la Biblia designa como "corazón"
y considera entre otras cosas, punto de origen de todos los malos
pensamientos. En las cámaras del corazón habitan los
malos espíritus de la sangre, la ira pronta y las debilidades
de los sentidos. Así aparece lo inconsciente mirado desde
la conciencia.
Pero la conciencia parece ser algo dependiente el cerebro, que todo
lo separa y todo lo ve aislado, y al ver de este modo lo inconsciente
lo presenta como si fuera más que mi insconsciente. Por eso
se cree generalmente que quien desciende a lo inconsciente cae en
la estrechez de la subjetividad egocéntrica y en ese callejón
sin salida queda librado al asalto de las alimañas que se
supone albergan las cavernas del inframundo psíquico.
Es cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo su
propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de
encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad
la figura que en él mira, nos hace ver ese rostro que nunca
mostramos al mundo, porque lo cubrimos con la persona, la máscara
del actor, pero el espejo está detrás de la máscara
y muestra el verdadero rostro. Esa es la primera prueba de coraje
en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría,
pues el encuentro consigo mismo es una de las cosas más desagradables
y el hombre lo evita en tanto puede proyectar lo negativo sobre
su mundo circundante. Si uno está en situación de
ver su propia sombra y soportar el saber que la tiene, sólo
se ha cumplido una pequeña parte de la tarea; al menos se
ha trascendido lo inconsciente personal, pero la sombra es una parte
viviente de la personalidad y quiere entonces vivir de alguna forma.
No es posible rechazarla ni esquivarla inofensivamente. Este problema
es extraordinariamente grave pues no sólo pone en juego al
hombre todo, sino que también le recuerda al mismo tiempo
su desamparo y su impotencia. A las naturalezas fuertes -¿
o hay que decir más bien débiles?- no les gusta esta
alusión y se fabrican entonces algún más allá
del bien y del mal, cortando así el nudo gordiano en lugar
de deshacerlo. pero tarde o temprano la cuenta debe ser saldada.
Hay que confesar que existen problemas que de ningún modo
se pueden resolver con los medios propios. Esta confesión
tiene la ventaja de la probidad, de la verdad y de la realidad,
y así al asumir esa imposibilidad se ponen las bases para
una reacción compensatoria de lo inconsciente colectivo,
es decir, de quien reconoce la existencia del problema está
inclinado a prestar atención a una ocurrencia o percibir
ideas que antes no había dejado aparecer.
Atenderá a sueños que sobrevienen en tales momentos
o reflexionará sobre ciertos acontecimientos que justamente
en ese tiempo tienen lugar en nosotros. Si se tiene tal actitud
se pueden despertar fuerzas útiles que dormitan en la naturaleza
profunda del hombre, pues el desamparo y la debilidad son la vivencia
eterna y el eterno problema de la humanidad y para esa situación
existe también una respuesta eterna: de lo contrario el hombre
hubiera desaparecido hace ya mucho. Una vez que se ha hecho todo
lo que se pudo hacer, queda todavía lo que se podría
hacer si uno tuviera conocimiento de ello. Pero ¿cuánto
sabe el hombre de sí mismo? De acuerdo con todo lo que la
experiencia nos muestra, es muy poco. Por eso queda todavía
mucho espacio libre para lo inconsciente. Como es sabido, la plegaria
requiere una actitud similar y por ello tiene también análogos
efectos.
La reacción necesaria y requerida se expresa en representaciones
configuradas arquetípicamente. El encuentro consigo mismo
significa en primer término el encuentro con la propia sombra.
Es verdad que la sombra es un angosto paso, una puerta estrecha,
cuya penosa estrechez nadie que descienda a la fuente profunda puede
evitar. Hay que llegar a conocerse a sí mismo para saber
quien es uno, pues lo que viene después de la muerte es algo
que nadie espera, es una extensión ilimitada llena de inaudita
indeterminación, y al parecer no es ni un arriba ni un abajo,
ni un aquí ni un allí, ni mío ni tuyo, ni bueno
ni malo. Es el mundo del agua, en que todo lo viviente queda en
suspenso; donde comienza el reino del "simpático",
el alma de todo lo viviente; donde yo soy inseparablemente esto
y aquello; donde yo vivencio en mí al otro y el otro me vivencia
como yo. Lo inconsciente colectivo es cualquier otra cosa antes
que un sistema personal encapsulado; es objetividad amplia como
el mundo y abierta al mundo. Soy el objeto de todos los sujetos,
en una inversión total de mi conciencia habitual, en la que
siempre soy un sujeto que tiene objetos. Allí estoy en tal
medida incorporado a la más inmediata compenetración
universal, que con toda facilidad olvido quién soy en realidad.
"Perdido en sí mismo" es una buena expresión
para caracterizar este estado. Pero este sí-mismo es el mundo;
o un mundo, si una conciencia pudiera verlo.
Por eso hay que saber quién es uno.
Resumen del Capitulo I del libro Arquetipos
e Inconsciente Colectivo
C.G. Jung. Ed. Paidós, SAICF;
Ed. Paidós Ibérica, S.A. Barcelona. 1991
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